La Epístola de Judas
Jean Koechlin


Una trompeta puede sonar para el mero placer de los que la escuchan. Pero puede ocurrir que deba resonar para estimular a los combatientes. Judas hubiera querido hablar con sus hermanos de temas más edificantes. Por desdicha, ante los progresos del mal que ya se insinuaba "entre los fieles", su servicio, verdadero grito de alarma, se limita a mandarles combatir por la verdad, cueste lo que costare.
Cuántos hijos de Dios hay, a quienes es necesario volverles siempre a recordar el abecé de la verdad cristiana, en tanto que el Espíritu quisiera ocuparles en más altas bendiciones (Hebreos 5:12). "Quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido...". ¿Hemos hecho algunos progresos o, al contrario, hemos retrocedido desde nuestra conversión?
Como la segunda epístola de Pedro, la de Judas se vale de solemnes ejemplos del Antiguo Testamento para describirnos la apostasía moral de los últimos días. Dos rasgos la caracterizan: el abandono de la gracia, cambiada en disolución, y el desprecio de la autoridad bajo todas sus formas (2 Pedro 2:10-11). Esta última tendencia se afirma ya en las familias, en las escuelas, en la vida social y profesional. Pero un niño que no está sujeto a sus padres, ¿cómo aceptará más tarde la autoridad del Señor?
Judas 14-25
Es necesario llegar al penúltimo libro de la Biblia para aprender lo que Dios había revelado en ocasión del diluvio. La profecía de Enoc contempla al Señor volviendo con sus santos para el juicio de los impíos. Entonces todos los pecadores rendirán cuenta de todas sus obras y de todas sus palabras de provocación, sin olvidar sus murmuraciones. Porque estas gentes "son murmuradores, quejumbrosos..." (v. 16; V.M. y otras; véase 1 Corintios 10:10). Aquí tenemos una prueba de que la impiedad y la satisfacción de las codicias no hacen feliz a nadie. Velemos también nosotros para no ser ingratos ni estar descontentos con la parte que el Señor nos ha dado.
"Pero vosotros, amados...". En medio de los más grandes progresos del mal existe siempre una línea de conducta para el fiel: la mutua edificación, la oración, la espera del Señor y los cuidados fraternales. El Espíritu Santo, Dios el Padre y nuestro Señor Jesucristo están nombrados juntos como para asegurarnos que, del lado divino, nada puede faltarnos (v. 20, 21).
Si caemos (v. 24), sólo debemos culparnos a nosotros mismos. Aunque "guardados en Jesucristo" (v. 1; Juan 6:39), tenemos que "conservarnos" en el goce del amor de Dios (v. 21). Sí, gustémoslo ya "con gran alegría" y rindámosle a nuestro Dios Salvador homenaje y adoración.