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Comentario 2 Juan

Jean Koechlin

Después de haber expuesto los caracteres de la verdad en su primera epístola, el apóstol nos muestra, en dos breves cartas, esa verdad «en marcha». Aquí no escoge como ejemplo a un padre en la fe (1 Juan 2:13), sino a una señora cristiana con sus hijos, de los cuales algunos, para su gran gozo, andaban en la verdad. Sepan los creyentes jóvenes que nada regocija tanto a los que les aman como verlos no sólo conocer sino andar según las enseñanzas de la Palabra (v. 4; 3 Juan 4). La conducta de los hijos constituye la prueba más evidente de que una casa cristiana es gobernada por la verdad.

En una época en la cual todo está corrompido, el hogar es la última célula donde el niño puede desarrollarse a cubierto de la contaminación moral. Pero puede ocurrir que la verdad tenga que ser defendida contra los enemigos de fuera (v. 10; Hechos 20:30). El verdadero amor nos impone el deber de no recibir a tales personas. ¿Soportaríamos a un visitante que viniera a decirnos mentiras acerca de nuestra madre o de alguien a quien queremos? Una creyente o un niño convertido son competentes, no para discutir con esa gente, sino... para cerrarles la puerta. La verdad constituye nuestro más gran tesoro. ¡No la tengamos en poco! (Proverbios 23:23).