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Comentario 1 Tesalonicenses

Jean Koechlin

1 Tesalonicenses 1:1-10

El capítulo 17 de los Hechos de los apóstoles nos relata la corta visita de Pablo y Silas (o Silvano) a Tesalónica. Allí habían anunciado y vivido el Evangelio (v. 5). Y los tesalonicenses, habiéndolo recibido (v. 6), lo vivían a su turno. Su obra era una prueba de su fe (compárese Santiago 2:18); su trabajo confirmaba su amor; su paciencia proclamaba cuál era la gran esperanza que por sí sola podía sostenerlos (v. 3). De tal modo todo el mundo sabía que existían cristianos en Tesalónica (v. 7). ¿Saben todos en mi barrio o en mi lugar de trabajo que soy un creyente? Una conversión es la señal pública del nuevo nacimiento, es el cambio de dirección visible que corresponde a la vida divina recibida en el alma. Cuando uno da media vuelta, no tiene más los mismos objetos ante sí (Gálatas 4:8-9). De ahí en adelante, los tesalonicenses daban la espalda a los ídolos, estériles y engañosos, para contemplar y servir a un Dios vivo, el Dios verdadero.

Los ídolos de madera o de piedra del mundo pagano cedieron el lugar a los ídolos más refinados del mundo cristianizado. Pero siempre sigue siendo cierto que "ningún siervo puede servir a dos señores" (Lucas 16:13). ¿A quién servimos nosotros? ¿A Dios o a nuestras codicias? ¿Y qué esperamos? ¿Al Hijo de Dios o la ira venidera?

 

1 Tesalonicenses 2:1-12

Los ultrajes y los malos tratos padecidos por Pablo y Silas en Filipos (Hechos 16:12-40), lejos de desanimarlos, les impulsaron a anunciar el Evangelio con "denuedo". La furiosa reacción del Adversario probaba precisamente que el trabajo de ellos no había resultado vano (1 Tesalonicenses 2:1). Sin embargo, no habían empleado ninguno de los métodos habituales de la propaganda humana: seducción, astucia, lisonjas o deseos de agradar; como lo escribía el apóstol a los corintios: "Con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo" (2 Corintios 2:17). Demasiado a menudo, hoy en día, el Evangelio es presentado bajo un aspecto atrayente y sentimental o como un complemento de una obra social. El ministerio de Pablo tampoco estaba alentado por uno de los tres grandes resortes de la actividad humana: la búsqueda de la gloria personal, la satisfacción de la carne y el provecho material. Al contrario, los sufrimientos del apóstol testimoniaban un completo desinterés personal (véase Hechos 20:35). Dos sentimientos le animaban: la continua preocupación de agradar a Dios (1 Tesalonicenses 2:4) y el amor por los que habían llegado a ser "sus propios hijos". Como una madre, él los había alimentado y cuidado con ternura (v. 7); como un padre, los exhortaba y enseñaba a andar (v. 11-12). Pero ante todo quería que ellos tuvieran plena conciencia de sus relaciones con Dios. ¡Qué posición la de ellos... y la nuestra! Dios nos llama nada menos que a su propio reino y a su propia gloria.

 

1 Tesalonicenses 2:13-20

Los cristianos de Tesalónica habían aceptado la palabra del apóstol como verdadera Palabra de Dios (v. 13; Mateo 10:40). La absoluta inspiración de todas las partes de la Sagrada Escritura dista mucho de ser reconocida por todos los teólogos de la cristiandad. A menudo los escritos de Pablo son presentados como las enseñanzas de un hombre, sin duda un notable hombre de Dios, pero falible. En general, se trata de un pretexto para no someterse a ellas y para rechazar lo que parece demasiado estrecho... pero, bendito sea Dios, cada palabra de la Biblia posee la misma autoridad divina.

Los celos de los judíos habían interrumpido la actividad del apóstol a favor de los tesalonicenses (v. 15-16; Hechos 17:5). Él no había terminado de instruirlos. Un maestro se siente confundido cuando ninguno de sus alumnos obtiene el diploma para lograr el cual los preparó. Pablo les habla al corazón y les recuerda que era personalmente responsable de la fidelidad de ellos. Según el caso, él recibiría una corona de manos del Señor o sería avergonzado a causa de ellos "en Su venida" (v. 19; véase 1 Juan 2:28).

Queridos amigos: tengamos, como el apóstol, este pensamiento siempre presente en nuestro espíritu: pronto tendremos que rendir cuentas ante nuestro Señor de todo lo que hayamos hecho, como en la parábola de Mateo 25:19: "Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos". "De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí" (Romanos 14:12).

 

1 Tesalonicenses 3:1-10

Dos veces Satanás impidió que Pablo volviera a Tesalónica (cap. 2:18). Dios permitió esa situación para que fueran manifestados tanto los afectos del apóstol como la fidelidad de los tesalonicenses. Entonces "el tentador" (v. 5), utilizando otra arma, había suscitado contra ellos grandes tribulaciones. Pablo les había advertido que no sólo esas pruebas eran inevitables sino que para esto estaban puestos (v. 3; Juan 15:20; Juan 16:3 3). Por esa razón, ¿permanecía él indiferente? ¡Muy al contrario! Pero lo que le preocupaba no eran las tribulaciones de los tesalonicenses, sino la firmeza de la fe de ellos 11 Tesalonicenses 3:2, 5-7. 10) ¡Qué lección para nosotros, que nos detenemos fácilmente ante circunstancias exteriores -como dificultades materiales, enfermedades, etc.- y perdemos de vista el estado interior del creyente! "No pudiendo soportarlo más" (v. 1 y 5), el apóstol había encomendado a Timoteo que los fortaleciese y animase. Y él mismo había sido consolado y regocijado en medio de su propia tribulación como consecuencia de las noticias recibidas. Porque lejos de quebrantar la fe de esos creyentes, muy jóvenes en ella, la prueba la había fortalecido. Del mismo modo, los climas más rudos generalmente forjan las razas más resistentes. Una vez más, Satanás había hecho una obra engañosa para sí, según Proverbios 11:18: "El inicuo adquiere para sí una ganancia engañosa" (V. M.).

 

1 Tesalonicenses 3:11-13 y 4:1-8

¡No son nuestras pruebas las que deben movernos a esperar al Señor: es nuestro amor hacia Él! Su venida "con todos sus santos" (v. 13) es el gran pensamiento que debe regir todo nuestro comportamiento. "Santos", lo somos ante Dios por medio de la perfecta obra de Cristo (Hebreos 10:10). Pero al mismo tiempo somos exhortados a afirmar nuestros corazones en la santidad práctica (1 Tesalonicenses 3:13); ella es la expresa voluntad de Dios para cada uno de los suyos (cap. 4:3). Un creyente deberá particularmente cuidarse para permanecer puro (v. 4). Al considerar su cuerpo como un instrumento de placer, peca primeramente contra sí mismo: arruina a veces su salud, siempre su conciencia (ésta pierde su sensibilidad frente al mal y se desarregla como un cuentakilómetros que ha sido violentado).

También puede perjudicar grandemente a otra persona (v. 6: Hebreos 13:4). ¿Cuántas vidas destrozadas, espíritus y cuerpos mancillados y hogares comprometidos han pagado el precio de la vanidad de una conquista y el placer de unos momentos? Finalmente, la impureza, bajo todas sus formas, es un pecado contra Dios, como lo dice David en el Salmo 51:4: "Contra ti, contra ti solo he pecado". Nuestro cuerpo no nos pertenece más; ha llegado a ser el templo del Espíritu que Dios nos dio (1 Tesalonicenses 4:8; 1 Corintios 6:18-20). El Espíritu Santo reclama una morada santa. Conservar nuestro cuerpo sin reproche (1 Tesalonicenses 5:23) es honrar a Aquel que lo habita.

 

1 Tesalonicenses 4:9-18

No es necesario cumplir obras extraordinarias "para servir al Dios vivo y verdadero" (cap. 1:9). Ante todo, se le pide al cristiano que viva apaciblemente y se aplique fielmente a cumplir su tarea cotidiana (cap. 4:11). Pronto se acabará su trabajo! A la conocida voz del Señor, cada cual dejará su herramienta para ir a Su encuentro y estar siempre con Él. El arrebatamiento de los creyentes es el primer acto de la venida del Señor Jesús (el segundo será su glorioso retorno con ellos: cap. 3:13). Él mismo viene a buscarlos, y no deja a nadie más ese cuidado y ese gozo; gozo que debe ser la parte de cada redimido y su presente consuelo cuando uno de los suyos llega a "dormirse". Como la muerte ha sido vencida -aunque todavía no destruida- los muertos en Cristo simplemente "duermen" (cap. 4:13-15; Juan 11:11-13). Despertarán como Lázaro -mas para siempre- a la voz de mando del Príncipe de la vida. Luego, en perfecto orden y del mismo modo que Él dejó la tierra, los que vivamos "seremos arrebatados juntamente con ellos" (1 Tesalonicenses 4:17; Filipenses 3:20) para ir a Su encuentro en el aire. ¿Vivirá nuestra generación este maravilloso acontecimiento, esperado por tantas generaciones? Todo lo hace pensar. Tal vez ocurra hoy. Amigo lector: «¿Está usted preparado?».

 

1 Tesalonicenses 5:1-11

Si para sus redimidos la venida del Señor significa la entrada en el gozo eterno, para los incrédulos es la señal de una "destrucción repentina" (v. 3; Lucas 17:26-30). ¡Bienaventurada esperanza para unos, total y terrible sorpresa para otros! ¡Por desdicha, en la práctica la diferencia está lejos de ser tan nítida! Ciertos "hijos de luz" ocultan su lámpara "debajo del almud o debajo de la cama" (Marcos 4:21). Duermen y la somnolencia espiritual es un estado que se asemeja a la muerte. ¿A qué se debe?: generalmente a una falta de sobriedad. Embriagarse es hacer de los bienes de la tierra un uso que supera a lo que uno necesita (véase Lucas 12:45-46). Y cuando uno está adormecido en cuanto a los intereses celestiales y muy despierto en cuanto a los de aquí abajo, ¿puede desearse el retorno del Señor? Nosotros que somos del día... "no durmamos como los demás", "como los otros que no tienen esperanza" (1 Tesalonicenses 4:13). por temor a ser sorprendidos, nosotros también, por la llegada repentina de nuestro Señor. Volvamos a leer las serias palabras del Señor en el capítulo 24 de Mateo y en el 13 de Marcos... Y hagámonos a menudo esta pregunta: «¿Me gustaría que el Señor me encontrase haciendo lo que estoy haciendo, o diciendo o pensando?».

 

1 Tesalonicenses 5:12-28

El final de la epístola nos enseña cuál debe ser nuestro comportamiento entre hermanos, cuál con respecto a iodos los hombres, cuál en relación con Dios y, por fin, cuál en la Iglesia. En suma, nuestra vida entera está encuadrada en estas cortas exhortaciones. Si se trata de ser gozoso, se lo debe ser siempre; si de orar, que sea sin cesar; si de dar gracias, que lo sea en todo. La fe nos permite agradecer al Señor aun por lo que puede parecemos enojoso. Orar sin cesar, es permanecer en Su comunión, lo que será también nuestra salvaguardia contra el mal bajo todas sus formas (v. 22). El que nos rescató enteramente -espíritu, alma y cuerpo- exige también la santidad de nuestro ser entero (véase capítulo 4:3). Las manchas del espíritu y del corazón, aun- que invisibles, son tan temibles como las del cuerpo. Pidámosle al Señor, quien es fiel, que nos conserve sin reproche, conformes a Él, para el instante de la gran cita. Pues bien, ningún pensamiento es más apropiado para santificarnos que el del retorno del Señor Jesús (1 Juan 3:3). Esta inestimable promesa se halla mencionada al final de cada uno de los cinco capítulos de esta carta. No la perdamos de vista. Y hasta entonces, que "la gracia de nuestro Señor Jesucristo" sea con cada uno de nos- otros.