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Comentario Filipenses

Jean Koechlin

Filipenses 1:1-18

Se ha llamado a esta epístola el libro de la experiencia cristiana, la cual se resume en tres palabras: Cristo me basta. Él es mi vida (cap. 1), mi modelo (cap. 2), mi meta (cap. 3), mi fuerza y mi gozo (cap. 4). Pablo no habla aquí como apóstol ni como maestro; no es más que un "siervo de Jesucristo". ¿Cómo podría hacer valer un título más elevado que el que tomó su Señor? (cap. 2:7). Desde el fondo de su prisión de Roma, Pablo escribe a sus amados filipenses, de los cuales conocemos a Lidia y al carcelero (Hechos 16). Su "entrañable amor" por ellos (v. 8) se traduce en oraciones. Nótese el eslabonamiento de las peticiones: amor, verdadero conocimiento, discernimiento espiritual, andar puro y recto, fruto que permanece (v. 9-11). Luego los tranquiliza en cuanto a su encarcelamiento. Ese golpe que el enemigo pensaba asestar al Evangelio había contribuido, al contrario, a su progreso. La abierta oposición, calculada para desalentar a los testigos del Señor, generalmente tiene como efecto el de animarlos. ¿Cuál es la actitud del apóstol al enterarse de que, a veces, el Evangelio es anunciado en condiciones muy discutibles? No manifiesta ninguna impaciencia ni crítica; ni, inversamente, el deseo de asociarse a ello. Sólo expresa un sincero gozo al ver que la obra de Dios se efectúa, cualesquiera sean los instrumentos.

Filipenses 1:19-30

El corazón del hombre está constituido de tal manera que no soporta permanecer vacío. Siente un hambre que el mundo, semejante a un vasto almacén, se esmera en satisfacer mediante una variedad de los más apetecibles productos. Pero sabemos por experiencia que, por más atrayente que sea un escaparate antes de nuestra comida, deja de tentarnos después de ella. Esta comparación un poco familiar nos ayuda a recordar esto: nada ejerce atracción alguna sobre un corazón lleno de Jesús. Es lo que ocurría con el apóstol: Cristo era su único objeto, su única razón de vivir. ¿Quién se atrevería a solidarizarse personalmente con este versículo 21? No obstante, el progreso del cristiano consiste en realizar esto siempre mejor. Cristo le bastaba a Pablo para vivir y para morir. Al colocarse ante esa alternativa, no sabía qué escoger. Al morir, ganaba a Cristo, y al vivir servía a Cristo. El amor por los santos lo inclinaba más bien a quedarse. La defensa del Evangelio, como todo combate, implica sufrimientos (1 Tesalonicenses 2:2, al final). Pero éstos son un don de la gracia del Señor, al igual que la salvación, un privilegio que Él concede a los creyentes (v. 29). En vez de compadecernos de los cristianos perseguidos ¿no deberíamos más bien envidiarlos? Por lo menos oremos por ellos. Así tomaremos parte con ellos en el combate por la verdad.

Filipenses 2:1-11

Para hallar el camino hacia todos los corazones, para "ganar" a un hermano y apaciguar una disensión, existe sólo un secreto : el renunciamiento a sí mismo. Podremos aprenderlo al contemplar y adorar a nuestro incomparable Modelo. Según sus propias palabras, "cualquiera que se enaltece (a sí mismo) será humillado (por Dios) y el que se humilla (a sí mismo) será enaltecido (por Dios)" (leer Lucas 14:11; 18:14). Dos historias exacta- mente opuestas son resumidas en esta corta frase: la del primer Adán desobediente hasta la muerte, seguido por su raza ambiciosa y rebelde; y la de Cristo Jesús, quien por amor se despojó de su gloria divina, se anonadó para hacerse hombre y luego se humilló hasta el punto de no poder bajar más: hasta la muerte de cruz.

La forma de un hombre, la condición de un siervo, la muerte ignominiosa de un malhechor, tales son las etapas de ese maravilloso sendero. Sí, con toda justicia, Dios tenía consigo mismo el compromiso de exaltarle hasta lo sumo y de honrarle con un nombre soberano. Bajo ese nombre de Jesús, a la vez tan glorioso y tan dulce que tomó para obedecer, servir, sufrir y morir, será reconocido como Señor y recibirá el homenaje universal.

Amigo, ¿cuál es el precio de ese Nombre para tu corazón?

Filipenses2:12-30

Como modelo de obediencia (v. 8), el Señor tiene el derecho de exigir la nuestra en todo "sin murmuraciones v contiendas" (v. 14). La ausencia del apóstol de ningún modo eximía a los filipenses de la obediencia (v. 12). Al contrario, ya que él no estaba más con ellos, debían velar por sí mismos para no malograr su carrera cristiana. Del mismo modo un joven creyente, cuando abandona el techo paternal, no deja por esa razón de estar sujeto al Señor, sino que es responsable de su propio andar. La palabra griega traducida por "ocupaos en" tiene el sentido preciso de cultivar; implica, pues, una paciente sucesión de operaciones, tales como arrancar malas hierbas (pensamientos impuros, prácticas deshonestas, mentiras, etc....). Nadie puede hacerlo en nuestro lugar, pero eso no significa que podamos efectuarlo con nuestras propias fuerzas (v. 13). Incluso el querer, el deseo, es producido en nosotros por el Señor. Pero también ¡qué hermoso testimonio resulta de ello! (v. 14-16). Consideremos en este capítulo los diferentes ejemplos de abnegación, comenzando por el más elevado, el de Cristo, luego el de Pablo asociado con los filipenses (v. 16-17), el de Timoteo (v. 20) y finalmente el de Epafrodito (v. 25-26, 30). En cambio, cuan triste resuena el versículo 21. ¿A quién, queridos amigos, deseamos parecemos?

 

Filipenses 3:1-11

Junto con hombres de Dios como Timoteo y Epafrodito, quienes debían ser recibidos y tenidos en cuenta, existían también "malos obreros" de los que era necesario guardarse. Predicaban esa religión de las obras que hace confiar en la carne y se alimenta de la consideración de los hombres. Pero si alguien poseía títulos huma- nos que podía hacer valer, ése era precisamente Pablo, judío que pertenecía al círculo más elevado, sumamente respetuoso de la doctrina hebrea y celoso en cuanto a la ley... El encolumna todas esas ventajas como en un gran libro de contabilidad, debajo traza una línea y escribe:

Pérdida. Del mismo modo que basta que el Sol se levan- te para hacer palidecer a todas las estrellas, un único nombre, el de Cristo glorificado, eclipsa desde entonces todas las pobres vanidades terrenales de su corazón; no sólo las estima sin valor, sino también ruinosas. ¡Y no resulta un gran sacrificio renunciar a lo que es basura! Que el Señor nos enseñe a despojarnos felizmente -como Bartimeo arrojó su capa- de todo aquello con lo cual pretendemos hacernos incluso una reputación y una justicia (pero que no es más que el «yo reparado y barnizado» J. N. Darby). A ese precio podremos "conocerle" a Él y seguirle en su camino de renunciamiento, de sufrimientos, de muerte, pero también de resurrección (Mateo 16:21, 24).

Filipenses 3:12-21

En general, los hombres que realizan algo importante en la tierra son aquellos en quienes palpita una única pasión. Así se trate de conquistar los polos, de obtener un premio Nobel o de combatir a un invasor, siempre se hallan hombres de acción prontos a sacrificarlo todo por un gran designio. Así era Pablo desde que Cristo lo había cautivado (comparar Jeremías 20:7). Sabía que estaba comprometido en la carrera cristiana y, como perfecto atleta, sostenía su esfuerzo sin rodeo y sin mirar atrás, pensando sólo en el premio final (leer 2 Timoteo 4:7). Además, se ofrece para servirnos de entrenador y nos invita a seguirle en sus mismos pasos (v. 17). Como él, olvidemos las cosas que quedan atrás: nuestros éxitos, motivo de vanagloria; nuestros fracasos, causa de des- aliento. En cambio, esforcémonos para alcanzar la meta, porque esa carrera con obstáculos no es, por cierto, un paseo. Es cosa seria, y lo que está en juego es de la mayor importancia. Tener sus pensamientos en cosas terrena- les, ¡qué inconsecuencia para aquel que tiene su "ciudadanía" en los cielos! (v. 20). ¿De qué hablan dos compatriotas que se encuentran en el extranjero? ¡Del país! Siempre tendremos un mismo sentir (v. 15) si, entre creyentes, hablamos de los gozos de la ciudad celestial.

 

Filipenses 4:1-9

"Regocijaos en el Señor", insiste el apóstol. No obstante, no le faltan motivos para derramar lágrimas (cap. 3:18). Una infeliz discordia opone a dos hermanas: Evodía y Sintique y altera a la iglesia. Pablo exhorta -o más bien suplica- a cada una de ellas personalmente. ¡Que aprendan -y nosotros también- la gran lección del capítulo 2:2! (comparar Proverbios 13:10). ¿Es nuestra gentileza conocida por nuestros hermanos, hermanas y compañeros? Cuántas querellas cesarían si tuviéramos conciencia de que el retorno del Señor es inminente. ¡Y cuántas preocupaciones igualmente! Por medio de la oración, descarguemos nuestros corazones de todo lo que los atormenta. ¿Serán inmediatamente satisfechas? No necesariamente, pero Dios podrá verter en ellos su perfecta paz (v. 7). ¿Cómo evitar los malos pensamientos? Cultivando los buenos. Sirvámonos del versículo 8 como de una zaranda con varias rejillas: lo que ocupa mi espíritu en este momento, ¿es verdadero?... ¿justo?... ¿puro?... ¿amable?... ¿edificante?... Pensamientos depurados podrán traducirse sólo en hechos de la misma naturaleza (v. 9). ¿Y cuál será la consecuencia de ello? No sólo la paz de Dios, sino que "el Dios de paz" en persona estará morando con nosotros (Juan 14:23).

 

Filipenses 4:10-23

Sin duda, Pablo recuerda su primera visita a Filipos, prisión y los cánticos que entonaba allí con Silas Hechos 16:24-25). Si bien está otra vez prisionero,

nada puede quitarle su gozo porque nada puede quitarle a Cristo. Lo mismo ocurre con su fortaleza: "Todo lo puedo" -dice él pese a sus cadenas- "en Cristo que me fortalece" (comparar 2 Corintios 6:10). Como él, aprendemos a estar contentos, cualesquiera sean las circunstancias: éxitos o dificultades, salud o enfermedad, buen o mal tiempo... si estamos "contentos con el Señor".

Aunque muy pobres, los filipenses, por mano de Epafrodito, acababan de mandar una nueva ayuda al apóstol (leer 2 Corintios 8:1-5). Éste les afirma, según su propia experiencia: "Mi Dios suplirá todo lo que os falta", pero no a todas vuestras codicias. Compromete la responsabilidad de su Dios, como si endosara un cheque en blanco, sabiendo que dispone, para él y sus amigos, de un crédito ilimitado: nada menos que "sus riquezas en gloria" (v. 19; Efesios 3:16). Que Dios nos dé aptitud para experimentar el secreto del bienaventurado apóstol: la plena suficiencia del Señor Jesucristo hasta que por fin se cumpla el anhelo expresado en el salmo: "Veré tu rostro... estaré satisfecho cuando despierte a Tu semejanza" (Salmo 17:15).